Té de frutos rojos: El monstruo de los ojos ciegos
1 taza de porcelana blanca Casi siempre me duele la cabeza cuando olvido respirar bien por las mañanas. Me ocurre seguido. Abro los ojos, no me muevo, hoy el brazo derecho está metido debajo de todo el peso de mi cuerpo tendido de medio lado hacia un extremo del colchón. La almohada está más arriba de mi cabeza porque dejó de darle apoyo al cuello en algún punto durante la madrugada, mientras mis extremidades experimentaban movimientos de baile involuntarios. Ahora mis piernas están paralizadas en una posición extraña, como de gancho metálico viejo, flacuchas, encorvadas, sin gracia. Tengo los dientes apretados, los labios cerrados, me duelen las muelas. Toda la noche dormí como masticando la carne invisible y tiesa de un muerto que cargo de otra vida. Entonces, primero suelto los músculos de la mandíbula, dejo que se me descuelgue, abro la boca, babeo un poco sobre la almohada. Con la lengua me acaricio el paladar y los cachetes por dentro, me recorro los dientes, me consiento lo...